El jardinero, el muro y la intemperie: Europa ante el espejo roto

La disonancia cognitiva entre la «Brújula Estratégica» que Borrell legó a la Unión y el nuevo documento de Washington es ensordecedora

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ÁNGEL MARTÍNEZ | Madrid

7 de diciembre de 2025

Durante años, Josep Borrell predicó en el desierto —o mejor dicho, en los pasillos climatizados de Bruselas— con una metáfora que le valió tantas críticas como aplausos: «Europa es un jardín», dijo, advirtiendo que «la jungla podría invadir el jardín» si los jardineros no se decidían a cuidarlo. Hoy, esa advertencia resuena con una amargura profética. La nueva Estrategia de Seguridad Nacional presentada por la administración Trump no es solo un cambio de política; es la confirmación de que el jardinero jefe ha dimitido, ha cerrado la verja y ha declarado que el jardín vecino no merece el agua que consume.

La disonancia cognitiva entre la «Brújula Estratégica» que Borrell legó a la Unión y el nuevo documento de Washington es ensordecedora. Donde el Alto Representante hablaba de «aprender el lenguaje del poder» para defender un orden basado en reglas, la Casa Blanca responde ahora con un dialecto gutural que Europa apenas comprende: el del poder sin reglas, la fuerza sin moral y la transacción sin lealtad.


La mayor «estupidez» estratégica —si se me permite el término para describir esta miopía histórica— del documento de Trump no es su aislacionismo, algo recurrente en la historia americana, sino su diagnóstico cultural. Al calificar a Europa como una región en «declive civilizatorio», Washington no solo insulta a su aliado más antiguo; comete el error de confundir la complejidad democrática con debilidad estructural. Es una simplificación peligrosa, propia de quien mira el mundo a través de un balance contable trimestral. Borrell insistió hasta la saciedad en que «debemos ser socios, no vasallos». La nueva doctrina americana, sin embargo, elimina la posibilidad del vasallaje para ofrecer algo peor: la indiferencia. Al replegarse hacia el Hemisferio Occidental y resucitar una Doctrina Monroe con esteroides, Estados Unidos le dice a Europa que su seguridad es un lujo que Washington ya no subvencionará. El rechazo a la OTAN como garante automático convierte el artículo 5 en una hipoteca variable, sujeta a los caprichos del mercado político de turno.


Lo trágico es que Borrell tenía razón, pero quizás demasiado tarde. Su insistencia en la «Autonomía Estratégica» fue vista por muchos atlantistas como una deslealtad hacia Estados Unidos. Hoy, esa autonomía no es una opción política, sino una urgencia de supervivencia. La visión de Borrell de una Europa capaz de proyectar seguridad se estrella contra la realidad de un Trump que ve la seguridad como un bien de consumo: si no puedes pagarla al contado, no la mereces.


La retórica de Borrell, a menudo tachada de académica, buscaba despertar a una Europa dormida en los laureles de la posguerra. «El mundo se ha vuelto más peligroso», repetía. Lo que no calculamos es que el peligro no vendría solo de los rivales sistémicos en el Este, sino del vacío repentino en el Oeste.


La nueva estrategia americana es un monumento al egoísmo nacional a corto plazo. Al despreciar el multilateralismo —ese sistema que Europa venera como una religión laica—, Trump no solo rompe la baraja, sino que quema la mesa de juego. Las «estupideces» conceptuales del documento, como pretender que se puede detener la migración global solo con muros o que se puede competir con China abandonando a los aliados europeos, dejan a Europa en una soledad helada.

El tiempo de las metáforas ha terminado. La jungla no ha invadido el jardín; simplemente, el muro de contención americano ha desaparecido. Europa se encuentra ahora a la intemperie, obligada a decidir si realmente sabe hablar ese «lenguaje del poder» que Borrell intentó enseñarle, o si, como teme la nueva administración en Washington, estamos destinados a ser un hermoso museo de un mundo que ya no existe.

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