¿Han cambiado los drones la forma de librar la guerra?
Los drones se han demostrado herramientas increíblemente útiles en el campo de batalla, pero existen varias razones por las que no sustituirán a la artillería tradicional en un futuro cercano.

MAUD SONEGO | Estrasburgo
22 de junio de 2025
Desde el comienzo de la guerra en Ucrania en febrero de 2022, la utilización militar de drones se ha vuelto imposible de ignorar. Ya sea en ataque o en defensa, todas las unidades operan ahora bajo la amenaza constante de su presencia. Por ello, se puede afirmar que Ucrania está siendo testigo del primer conflicto verdaderamente “densamente poblado de drones” de la historia.
Hay quienes sostienen que se ha entrado en una nueva era de la guerra en la que los drones están transformando los fundamentos teóricos del combate. Pero, ¿es este el caso? Lo que es indudable es que ambos bandos los están utilizando ampliamente. Desde finales de 2022, Rusia ha lanzado más de 14.000 drones Shahed de diseño iraní. Estos drones de ataque unidireccional, llamados drones “kamikazes”, se han convertido en una de las principales armas rusas de largo alcance, utilizadas incluso con más frecuencia que los misiles.
¿Qué explica su abrumadora presencia en el campo de batalla? La respuesta es simple: el coste. La guerra con drones es barata, y esto es el factor fundamental que lo cambia todo. Producir un dron Shahed (del tipo que Rusia utiliza de forma extensiva) cuesta alrededor de 35.000 dólares. Según un modelo del CSIS, el coste medio para que Rusia logre un impacto con estos drones ronda los 350.000 dólares. En comparación, usar su misil más barato, el Kh-22, eleva esa cifra a 1 millón de dólares por impacto. Para sus misiles más avanzados, el coste puede superar los 20 millones por objetivo. Así, aunque los drones carezcan de la precisión que ofrecen los misiles, se han convertido rápidamente en la forma más rentable de atacar.
Además, incluso cuando fallan, los drones siguen siendo altamente efectivos. De hecho, solo alrededor del 10 % de los drones Shahed aciertan en su blanco, pero cuando se lanzan en grandes cantidades tienen el poder de saturar las defensas aéreas ucranianas. Decenas de ellos volando simultáneamente obligan a Ucrania a disparar costosos misiles interceptores o arriesgarse a quedarse sin ellos. A diferencia de los drones, los misiles antiaéreos empleados por ucrania tienen un precio elevado: entre 1 y 3 millones de dólares cada uno.
Entonces, ¿significa esto que los drones están sustituyendo a la artillería? No del todo o, al menos, no todavía. Lo que sí han hecho es volverla más inteligente. En lugar de reemplazar el poder de fuego tradicional, los drones se han convertido en una parte esencial de una nueva cadena de ataque que permite un uso mucho más eficiente de la artillería. En principio, los ataques de precisión requieren proyectiles guiados por GPS, que son costosos y escasos, pero en Ucrania, los ataques siguen ahora un nuevo patrón: un dron a gran altitud localiza el objetivo, otro más pequeño lo confirma, la artillería abre fuego y una munición merodeadora o un dron FPV (Vista en Primera Persona, por sus siglas en inglés) “kamikaze” remata el trabajo. Este método incrementa notablemente la precisión. De hecho, los informes de campo sugieren que con apoyo de drones solo hacen falta dos o tres proyectiles para alcanzar un objetivo, frente a más de diez sin ellos.
Los drones FPV, en particular, han cambiado las reglas del juego. Utilizados por ambos bandos, son esencialmente drones de carreras modificados para portar explosivos. Cuestan alrededor de 400 dólares cada uno, se pilotan manualmente con gafas especiales y permiten a los operadores guiarlos con gran precisión. Pueden acercarse sigilosamente a los tanques y golpear sus puntos vulnerables, como la parte trasera o superior, donde el blindaje es más débil. A pesar de lo revolucionario de los drones, la artillería sigue siendo la columna vertebral de la fuerza de fuego en el campo de batalla, pero su forma de uso ha cambiado. En lugar de depender de observadores en trincheras o aviones, las unidades de artillería ahora trabajan en estrecha colaboración con los drones, que proporcionan datos de objetivos en tiempo real y mejoran drásticamente la precisión.
La tierra no es el único dominio donde el uso de drones ha aumentado. Los drones marinos también están transformando la guerra naval. Mientras los drones aéreos son utilizados ampliamente por ambos bandos, los drones marítimos se han convertido en una herramienta distintiva de Ucrania. Al igual que sus homólogos aéreos, estos vehículos son pequeños, rápidos y no llevan tripulación, lo que significa que no necesitan regresar de sus misiones. Esto los hace más prescindibles y les permite operar a mayor distancia. Además, su baja firma de radar los hace difíciles de detectar. Ya han demostrado su eficacia: los drones marinos ucranianos han dañado o hundido varios buques de guerra rusos importantes, incluidos buques de desembarco, patrulleras e incluso contribuyeron al hundimiento del buque insignia Moskva (junto con ataques con misiles). Su éxito ha obligado a Rusia a replegar gran parte de su flota a puerto y depender de defensas estáticas, abandonando cualquier esperanza de dominio en mar abierto.
Los drones se han demostrado herramientas increíblemente útiles en el campo de batalla, pero existen varias razones por las que no sustituirán a la artillería tradicional en un futuro cercano. La más importante es la carga útil. Los drones pequeños, especialmente los modelos FPV, solo pueden transportar una cantidad limitada de explosivos. Aunque son capaces de perforar blindajes o dañar vehículos, sus cargas explosivas no se comparan con el poder destructivo de un bombardeo de artillería completo. Un proyectil de artillería de 155 mm transporta normalmente unos 11 kilogramos de explosivos, mientras que un dron FPV solo lleva entre 1,5 y 3 kilogramos. Esto los hace excelentes para atacar objetivos específicos y vulnerables, pero carecen de la fuerza necesaria para ataques a gran escala o para romper líneas fortificadas enemigas.
Además, los drones, especialmente los modelos FPV, no son tan fáciles de manejar como podría parecer. Pilotarlos requiere destreza y precisión, y la formación conlleva tiempo. En muchos casos, se necesitan semanas o incluso meses para dominar los controles. Dado que la mayoría de los sistemas de drones siguen siendo operados manualmente y no de forma autónoma, la demanda de operadores entrenados sigue siendo alta. Para responder a esta necesidad, Ucrania ha lanzado cursos intensivos y bootcamps para pilotos de drones, pero la curva de aprendizaje sigue siendo empinada y representa una fuerte limitación en el campo de batalla.
Otro desafío es la difícil identificación de los drones. La mayoría carece de sistemas incorporados que indiquen a qué bando pertenecen, lo que dificulta que las tropas en tierra distingan entre aliados y enemigos. Esto aumenta el riesgo de fuego amigo y complica las reglas de enfrentamiento, especialmente en zonas donde pueden operar también periodistas, trabajadores humanitarios o civiles.
A pesar de estas limitaciones, los drones han transformado la forma en que ambos bandos abordan la guerra, obligando a una rápida adaptación. En Ucrania, esto ha implicado lanzar una iniciativa nacional para reclutar pilotos voluntarios de drones, recolectar componentes por medio de donaciones y desplegar rápidamente drones civiles modificados en el frente. El esfuerzo ha sido tan central que Ucrania anunció recientemente la creación de una Fuerza de Drones oficial, un paso institucional hacia la guerra con drones. Del lado ruso, 2024 marcó un cambio importante, pues el país comenzó a producir drones Shahed de manera masiva a nivel nacional. Gracias a mano de obra barata y componentes electrónicos importados, Rusia puede ahora lanzar más drones en un solo mes que en todo el primer año de guerra.
Aunque los drones no hayan transformado por completo la manera de librar guerras todavía, ya están reformando la estrategia militar profundamente. Ucrania es uno de los primeros conflictos en los que se han logrado resultados estratégicos, como interrumpir operaciones navales o debilitar una economía, utilizando sistemas baratos no tripulados en lugar de armamento tradicional de alto coste.
Esto también marca un cambio en la doctrina ofensiva hacia lo que algunos llaman “masa precisa”. El uso por parte de Ucrania de enjambres de pequeños drones baratos para realizar tareas que antes requerían misiles o aviones tripulados muestra un nuevo enfoque. El foco ya no está en unas pocas plataformas sofisticadas y costosas, sino en grandes cantidades de sistemas inteligentes y desechables capaces de abrumar las defensas enemigas por volumen y coordinación.
Esta guerra también nos está enseñando que los sistemas defensivos deben evolucionar para responder a la lógica económica de los drones. Defenderse de ellos con interceptores que cuestan millones ya no es sostenible. La experiencia de Ucrania ha puesto de manifiesto la necesidad urgente de contramedidas más baratas, como interferencia electrónica, cañones automáticos guiados por radar, armas láser y un enfoque en capas de la defensa aérea.
Además, la guerra en Ucrania y el uso masivo de drones subrayan la necesidad de repensar la estrategia industrial. Al inicio del conflicto, Ucrania dependía en gran medida de drones construidos por voluntarios e innovación de base. Pero hoy, ambos bandos están pasando a una producción a escala industrial. Este cambio refleja una evolución más amplia en la guerra: la fuerza militar futura podría depender menos de tanques y cazas, y más del acceso a microchips, baterías y cadenas de suministro resilientes.
Junto con esta transición industrial llega la necesidad de nuevas instituciones militares. Como se mencionó anteriormente, Ucrania ha establecido oficialmente una Fuerza de Drones, un indicativo de que la guerra con drones no es una tendencia pasajera, sino una transformación a largo plazo. Las unidades de drones ahora están integradas a nivel de pelotón y compañía, una desviación significativa del modelo anterior donde estaban limitadas a funciones de inteligencia o fuerzas aéreas. Los programas de formación, manuales de campo y doctrinas también están siendo reescritos para tratar a los operadores de drones no como personal de apoyo, sino como combatientes esenciales en primera línea.
El uso de drones estratégicos ya está revelando grandes lagunas en los controles internacionales de armas y regulaciones de exportación. A pesar de las sanciones, los drones Shahed de Rusia siguen dependiendo en gran medida de componentes electrónicos fabricados en Occidente, muchos de los cuales se adquieren a través de terceros países. Los componentes de doble uso, como chips y sensores, siguen estando mal regulados, y la mayoría de los regímenes de exportación no cubren equipos de tipo aficionado que pueden ser fácilmente adaptados con fines militares. Otro problema urgente es la identificación de los drones: pocos drones de combate cuentan con sistemas de reconocimiento, lo que dificulta su regulación bajo las leyes de la guerra. Esto complica la verificación de objetivos, la protección de civiles y la rendición de cuentas tras el conflicto.
Por trágica que sea esta guerra, también debería servir como una llamada de atención para Europa. Aunque los drones no hayan reinventado por completo la guerra moderna, sin duda se han convertido en una parte central de ella, y su uso continuará creciendo en conflictos futuros. Algunos historiadores atribuyen la derrota rápida de Francia en la II Guerra Mundial a su incapacidad para modernizarse, librando una guerra del siglo XX con métodos del siglo XIX. La guerra en Ucrania nos brinda la oportunidad de evitar repetir ese error. Ahora tenemos la oportunidad de aprender, adaptarnos e integrar plenamente esta nueva era de guerra en nuestro pensamiento estratégico antes de que nos tomen por sorpresa.