¿Qué quiso hacer Pedro Sánchez?
Enfrentado a una coalición frágil y un goteo constante de escándalos, supo dar un golpe de efecto, cambiar el relato y colocarse en el papel de defensor del modelo social español

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia en La Haya tras la Cumbre de la OTAN. (El Plural)
MAUD SONEGO | Estrasburgo
22 de septiembre de 2025
Seguramente recuerde cuando, en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya en junio de 2025, los Estados miembros aprobaron colectivamente (bajo la presión de Donald Trump) un nuevo objetivo: aumentar el gasto en defensa y seguridad hasta el 5% del PIB para 2035. Este objetivo representaba un salto considerable respecto al anterior umbral del 2% y se estructuraba en un 3,5% para gasto militar tradicional y un 1,5% adicional destinado a áreas más amplias como la ciber-resiliencia, la protección civil y las infraestructuras críticas.
Mientras la mayoría de los países de la OTAN se alinearon con este nuevo objetivo, España destacó como el único miembro que lo rechazó abiertamente. En ese momento, el gasto en defensa español rondaba el 1,3% del PIB (uno de los más bajos de la alianza), aunque el gobierno de Sánchez ya se había comprometido a alcanzar el antiguo objetivo del 2% para 2025, adelantándose a la fecha original de 2029. Aun así, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, calificó el objetivo del 5% como “irrazonable” y “contraproducente”, argumentando que un aumento tan brusco pondría en peligro el Estado del bienestar y la estabilidad económica de España.
Finalmente, España obtuvo una “exención flexible” en la declaración final de la OTAN, lo que le permitió evitar el cumplimiento del umbral del 5% sin perder su posición dentro de la alianza. En su lugar, el gobierno se comprometió a un incremento más moderado hacia el 2,1% del PIB.
A medida que observaba cómo se desarrollaban los eventos, no dejaba de preguntarme: ¿por qué no me convencen estas explicaciones oficiales? Desde fuera, especialmente si no vivías en España en ese momento, pudo parecer simplemente un desacuerdo político dentro de la OTAN. Pero para quienes seguíamos día tras día la actualidad nacional, la tensión interna era imposible de ignorar. Entonces, pensé: ¿y si la decisión de Sánchez no fue principalmente una cuestión de política exterior, sino una jugada calculada para gestionar su frágil situación interna?
No cabe duda de que las cosas no le estaban yendo muy bien a Sánchez. En los meses previos a la cumbre de la OTAN, el país atravesó un clima político interno cada vez más turbulento. Una serie de escándalos de corrupción empezó a minar seriamente la confianza pública en el gobierno. Entre los más graves estaba el llamado “Caso Koldo”, una investigación que implicaba a Koldo García, exasesor del exministro de Transportes, José Luis Ábalos, ambos con vínculos estrechos con el círculo más cercano de Sánchez. El caso giraba en torno a presuntos contratos públicos irregulares y posibles comisiones durante la pandemia, generando una amplia cobertura mediática y fuertes críticas de la oposición. Además, Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, estaba siendo investigada por supuesto tráfico de influencias relacionado con fondos públicos y recomendaciones empresariales. Aunque partes del caso fueron finalmente archivadas, el daño a la credibilidad de Sánchez ya estaba hecho, y se agravó cuando Santos Cerdán, uno de los altos cargos del PSOE, también fue implicado en una investigación de corrupción en junio de 2025.
El gobierno de Sánchez era —y sigue siendo— una coalición minoritaria frágil, apoyada por partidos de izquierdas y nacionalistas como Sumar y Esquerra Republicana. Muchos de estos socios se oponen ideológicamente al aumento del gasto militar y están firmemente comprometidos con la protección del Estado del Bienestar. Varios de ellos criticaron públicamente la presión de la OTAN para incrementar los presupuestos de defensa, advirtiendo que dichas medidas desviarían recursos esenciales de áreas como la sanidad, la educación o los servicios sociales.
Mientras tanto, los medios de comunicación y la opinión pública en España estaban cada vez más centrados en la transparencia gubernamental y la rendición de cuentas. Con las investigaciones por corrupción dominando los titulares y la oposición exigiendo la dimisión de Sánchez o la convocatoria de elecciones, la presión iba en aumento. El presidente respondió con un paquete de reformas contra la corrupción, pero muchos críticos lo consideraron insuficiente y más bien reactivo, sin capacidad real para revertir la percepción de deterioro institucional. En este contexto, la negativa de Sánchez a asumir el objetivo del 5% de la OTAN pudo haber cumplido una doble función: no solo resistir la presión exterior, sino también reformular el debate nacional. Al enfrentarse a las exigencias de la OTAN y plantar cara a Trump, Sánchez quisó proyectarse como un líder que defiende la soberanía de España y su modelo social, unificando momentáneamente a la ciudadanía en torno a su liderazgo y desviando la atención pública en un momento en que los escándalos amenazaban con acorralarlo.
No soy la única persona que piensa que esto podría ser un tipo de estrategia calculada. Buscando información para confirmar mi intuición, me encontré con dos conceptos bien establecidos en ciencia política: la política exterior de distracción (diversionary foreign policy) y el efecto rally-‘round-the-flag. Estos conceptos explican cómo los líderes, cuando se ven sometidos a una fuerte presión interna, pueden adoptar una postura desafiante en el plano internacional no por necesidad estratégica, sino como táctica de distracción.
Uno de los aspectos más eficaces de esta estrategia es su capacidad para reconfigurar el debate público. Cuando un líder se ve envuelto en polémicas domésticas, enfrentarse a una potencia extranjera puede cambiar el foco de atención: de los fracasos internos a cuestiones más abstractas, pero emocionalmente potentes como la soberanía nacional y la identidad. La narrativa mediática pasa de presentar a un gobierno débil a mostrar un líder firme en el ámbito internacional. En lugar de tener que justificarse ante acusaciones o encuestas desfavorables, el líder se convierte en defensor del interés nacional frente a presiones externas.
Este tipo de postura también suele reactivar a la base electoral del líder, sobre todo en contextos polarizados. Para muchos votantes que valoran el orgullo nacional, la soberanía o la coherencia ideológica, una actitud desafiante en política exterior puede convertirse en un símbolo de integridad y firmeza. Rechazar expectativas externas, ya vengan de la OTAN, de la UE o de los mercados internacionales, puede reforzar la imagen del líder como alguien que no se deja doblegar. Este cambio de narrativa, a menudo, se traduce en un repunte en los niveles de apoyo, sobre todo entre sectores del electorado que podrían estar desencantados con su gestión interna.
Bien, pero, ¿le funcionó a Pedro Sánchez? La opinión pública en España fue más favorable que crítica ante su decisión de rechazar el objetivo del 5%. Según una encuesta de julio de 2025 realizada por 40dB para El País y Cadena SER, aproximadamente el 42% de los españoles apoyaban la medida, con casi una cuarta parte calificándola de “muy buena” y otro 17,5% de “bastante buena”. En cambio, un 30,5% la desaprobaba y un 18,7% se mostraba neutral. El respaldo fue especialmente fuerte entre votantes de izquierdas (PSOE, Sumar, Podemos), mientras que la desaprobación procedía principalmente de votantes del Partido Popular y Vox. Otro barómetro publicado por el CIS el mismo mes mostraba un apoyo aún mayor: el 54,9% respaldaba limitar el gasto militar a un objetivo más modesto del 2,1% del PIB. Así que, aunque la negativa del gobierno provocó ciertas críticas en el plano internacional, claramente conectó con una parte significativa de la ciudadanía española.
En marzo de 2025, el CIS situaba a Pedro Sánchez como el líder político mejor valorado del país, con una nota media de 4,12 sobre 10. En septiembre de 2025, Sánchez seguía encabezando la lista, con una ligera mejora (4,23), aunque seguía lejos de un respaldo mayoritario.
Sin embargo, el apoyo al PSOE también ha mostrado fluctuaciones notables. En marzo, el CIS situaba al partido con una intención de voto del 34,5%, con una ventaja cómoda sobre sus rivales. En abril, ese porcentaje había bajado al 32,6%. Según una encuesta publicada en septiembre por 40dB, el PSOE caía al entorno del 30,7%, lo que confirma una tendencia descendente en medio de un escenario político cada vez más volátil.
Aun así, muchos (yo incluida) dirían que este episodio al menos permitió a Sánchez y a su equipo ganar algo de tiempo: desviar la atención, reagruparse y pensar en una nueva estrategia para afrontar las tormentas internas.
Pero, ¿ahora qué? Lamentablemente para Pedro Sánchez, los efectos del rally ‘round the flag suelen ser efímeros. Su rechazo al objetivo del 5% probablemente no fue solo una cuestión presupuestaria, sino una maniobra política orientada a sobrevivir. Enfrentado a una coalición frágil y un goteo constante de escándalos, supo dar un golpe de efecto, cambiar el relato y colocarse en el papel de defensor del modelo social español. Y, en cierta medida, le salió bien. Pero estas estrategias no resuelven los problemas de fondo: solo los aplazan. A medida que se acumulan los desafíos, la gran incógnita es si este gobierno logrará mantenerse en pie hasta las próximas elecciones.